Hoy amaneció lluvioso, nublado es uno de esos días en los que no apetece otra cosa que quedarse en casa, abrazarte y dejar que el mundo continue. Que pase silencioso, sin prisa, sin importar el cómo ni porqué. Yo, de hecho, quiero vivir en tus brazos, quiero viajar por esas líneas que marca tu cuerpo, por cada lunar, por cada centímetro de piel que me invita al deseo y la pasión. Hoy, ¡Oh Dios!, hoy podría acostarme en tu cama y que pasen las horas, que se humedezca el suelo, que se inunden pantanos que truene en la calle y se acabe el mundo.
Pero, maldita sea, estás a demasiados kilómetros de mi cuerpo y la melancolía en estos días es como una férrea acusación del olvido, un maldito recordatorio de la soledad que me abraza cuando me acuesto sola en mi cama, pensándote demasiado lejos, sintiendo como se escapa tu vida y como se aleja la mia echándonos de menos. Perdiéndonos entre un sin fin de idas y venidas, de carreteras y tabaco, de alcohol y lágrimas, de caricias, de sexo y de palabras.
Malditos días lluviosos...
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