miércoles, 22 de junio de 2011

Quién, entonces

Esto es todo, pienso a veces. Al final, supongo, se baja el telón y la gente aplaude o llora o rie. Al final nuestras vidas cambian, todos éramos héroes o intelectuales o mágnificos poetas, a lo póstumo, siempre a lo póstumo. Qué razones existen para describir lo bello, lo fascinante, lo sobrecogedor, lo hermoso. Qué palabras existen para describir una caricia, un suspiro, una sonrisa. Quién define la inocencia, la maldad o la injusticia. Quién me hablará dentro de unos años, cuando todo cambie, de las risas, los besos, las palabras o la inocencia. Cuando las circunstacias ya no sean circunstancias sino razones. Cuando las razones puedan más que la risa, la inocencia o los besos. Quién me hablará entonces, de qué me hablará entonces. Cuando el momento pase, cuando los buenos no sean tan buenos, y los malos no seamos tan malos, es entonces cuando quiero hablar de la risa, los besos o la inocencia. Quién se atreverá entonces a matar una palabra, golpear un beso, sacrificar un deseo, matar un sueño. 

¿Por qué? Santigo, un cambio.

Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar, pasar haciendo caminos, caminos sobre la mar. Nunca perseguí la gloria, ni dejar en la memoria de los hombres mi canción; yo amo los mundos sutiles, ingrávidos y gentiles, como pompas de jabón. Me gusta verlos pintarse de sol y grana, volar bajo el cielo azul, temblar súbitamente y quebrarse... Nunca perseguí la gloria.

Caminante, son tus huellas 
el camino y nada más; 
caminante, no hay camino, 
se hace camino al andar.  
Al andar se hace camino
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.  

Caminante no hay camino
sino estelas en la mar...

Hace algún tiempo en ese lugar donde hoy los bosques se visten de espinos se oyó la voz de un poeta gritar:  «Caminante no hay camino, se hace camino al andar...»
golpe a golpe, verso a verso...   

Murió el poeta lejos del hogar. Le cubre el polvo de un país vecino. Al alejarse lo vieron llorar.
«Caminante no hay camino, se hace camino al andar...»
golpe a golpe, verso a verso...  

Cuando el jilguero no puede cantar, cuando el poeta es un peregrino, cuando de nada nos sirve rezar.
«Caminante no hay camino, se hace camino al andar...»
golpe a golpe, verso a verso...  

sábado, 4 de junio de 2011

dejó en herencia un verso de Neruda

¿Cómo explicártelo? 
Era muy tarde, demasiado alcohol, demasiado tabaco, demasiado. Volvía a casa con desánimo, cansada de las terribles pesadillas en mi mente. No quería dormir, cualquier cosa menos dormir. Quizá ese fuera el motivo de tanto "demasiado", mi cama era como una cama de hospital. Blanca, con un olor raro a desesperación a sufrimiento. Nunca me gustó el olor de la cama del hospital. 
¿Qué puedo hacer?
Un paso tras otro. Era inminente. Cada vez más cerca del umbral, debía entrar. Sin mirar atrás. La realidad me esperaba a tan solo unos centímetros. La puerta me aislaba de aquello que me atormentaba por las noches. Los días... los días podían solventarse, pero las noches eran imposibles de aguantar. Había tomado una decisión, debía hacerme cargo, al fin y al cabo ya era hora de enfrentarse a los demonios. Demonios, nunca me gustó ese nombre.
¿Qué quiero hacer?
Hace frío. Quizá sea invierno, perdí la noción del tiempo hace demasiado tiempo. Siempre demasiado. Escapar. Era mi mejor alternativa. No quería seguir escuchándo la estridente voz de mis pesadillas. ¿Me estaría volviendo loca? Quizá. Pero de algún modo u otro, las cosas estaban claras en mi mente. Viajar, viajar era lo único que me apetecía. Suena mi móvil, la estúpida música me asusta. Todo cae al suelo. Mi bolso, abierto como de costumbre vacía todo su contenido en el suelo. 
¿Soluciones?
Y así me encuentro. Sola, ebria, helada hasta los huesos y con todas mis pertenencias tiradas por el suelo. Me siento en el suelo y rompo a llorar. Lloro tanto que me duele. Recojo el espejo que tengo cerca y me miro. Deberías ver mi cara, el rimel descompuesto, los labios con un tono rojizo diluido por el tiempo que hace que lo llevo, el pelo horriblemente puesto y unas terribles marcas surcando mi cuerpo. ¡Qué asco! En ese momento, sintiéndome profundamente desgraciada me pongo a recoger mis cosas intentando conservar la poca dignidad que creo que me queda.
¿Sonrío?
Poco a poco, consigo calmarme. Me enciendo un cigarrillo y lo veo. Lo tomo entre mis manos y lo observo detenidamente. ¿Cuánto tiempo debe de llevar ahí? Quizá siempre estuvo ahí, pero yo lo había olvidado. Lo abro y empiezo a leerlo, hoja tras hoja, palabra tras palabra. Las horas pasan rápidamente, el frío parece remitir, leo toda la noche. Enciendo un cigarrillo tras otro. Empieza a amanecer. Ya voy, Fátima- dijo él.
Sonrio.
Por fin esa sensación de vacío recorre mi cuerpo. Quiero hacerlo. Las preguntas se esfumaron de mi mente. Sólo quedaban afirmaciones y determinación. Ahora era mi momento. No me preguntaría. Lo haría. Tan solo dejaría espacio para una duda. 
¿Con quién?