Llevo ya muchos días sentandome a escribir y todo lo que obtengo es nada, hojas en blanco ensuciadas por pintadas del boli que no quiere escribir ni una maldita línea acertada. Todo lo que sale es esto, una basura dialéctica, excusada e injustificada de mi incapacidad.
Días que pasan y que no pasan, amargos como versos sabineros, pero con un deje de dulzura para aquellos que sepan apreciarla que no pasa en vano. Es ese sabor de dolor lo que en el fondo nos gusta, ese escozor de las uñas al arañar la piel impregnado en sudor, que no gusta, pero gusta. Resígante, ¿no es cierto? A esa estancia mediocre de tu vida, me dan pena las parejas, aquellas que se quieren, que se creen en el centro del universo, esas que creen que su vida es diferente a la de los demás, esas que creen que son especiales por estar enamoradas. ¿Especiales? Me rio, me rio mil veces de esas parejas estúpidas, autómatas, es patético verlas pasear de la mano y decirse cosas al oido, patético. A veces me paro a observarlas, me deleito en su danzar absurdo y preocupado, a veces enciendo un cigarro y las sigo con la mirada hasta que se esconden tras alguna esquina o recodo del camino. Otras veces, me sorprendo a mi misma ideando malvados planes, siguiendo a las parejas y susurrándoles al oido: ES TODO MENTIRA.