lunes, 24 de enero de 2011

cuando los trenes se equivocan de ciudad...

Pensaba que no podría aguantar mucho más así, tenía esa extraña sensación desde que le conoció. Había algo en él que no terminaba de encajarle, una opacidad residual. El problema no es la interacción decía ella. Es esa sensación de vacío que veía cuando él la miraba, ese encaprichamiento sistemático pero con la certidumbre de que jamás sería capaz de traspasar ese muro invisible, ese límite que él le marcaba y ella no sabía como derribarlo, obviarlo o rodearlo. Se sentía perdida en una guerra derrotada de antemano. Le gustaría ser como un teórico contemporáneo y descifrar su habitus, su campo, su interacción social...le gustaría a veces ser Freud y poder penetrar hasta lo más profundo de su mente y descubrir que es lo que le aleja de él. Risas, demasiadas risas y poca seriedad piensa ella. Todo está tontamente bien establecido, pero nada está realmente bien sedimentado. Abundante omisión diría ella de términos importantes e innumerables falacias pintadas de sentimientos. No, no, el problema no era la cercanía, el problema al fin y al cabo, se repetía una y otra vez, era la exclusividad.

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