jueves, 27 de octubre de 2011

11.35

Tomar decisiones, la vida al fin y al cabo es eso. Decisiones. Escribo y mi mente va más rápida que mi mano y es complicado plasmar todo lo que quiero. El autobús viene antes de que termine el cigarro, me da rabia. Tengo ahora tiempo para pensar. 
Decía que baso mi vida en decisiones, unas más acertadas otras no tanto. Me resulta difícil ver como las personas a mi alrededor (y un poco más lejos) siguen con su vida. Son capaces de sentir, se ilusionan e incluso arrojan al pasado los lastres que le impiden caminar hacia delante. Quizá lo que más me sorprende de todo esto es que lo hacen sin dañarse lo m ás mínimo. En cambio yo soy incapaz de dejar de cargar con mis maletas del pasado y vivo con ellas hiriéndome hasta lo más profundo. No obstante, hay veces que no siento unidas casualmente a esos momentos no demasiado recomendados física o saludablemente. Aunque también, debo ser sincera, están esos momentos de silencio ruidoso en los que soy feliz, y soy feliz de verdad.
El problema es el de siempre, yo. Me gustaría romper con el pasado, hacer inventario, dejar a un lado mis manías, ser cariñosa y cercana, vivir acorde a lo estipulado, no necesitar "algo más", erradicar mis instintos asesino-psicópatas, decir siempre la verdad sin necesitar cantidades ingentes de alcohol, conformarme con sobrevivir...pero supongo que si todo eso fuera así dejaría de lado todo aquello que me hace ser diferente. Y entre lo aburrido y lo raro prepiero mil veces lo segundo.


Me despierto y lo último que espero después de una noche así es encontrarte en mi ordenador taladrando mi mente con un regalo de canción. La (te) escucho.

¿Maldito sea mi sms? Malditas sean las verdades aplastantes y ensordecedoras.

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