Hoy paseaba por Murcia. Sus luces, sus calles estrechas, las boutiques, sus inmensas avenidas, los parques, los niños jugando en las majestuosas plazas, el sin fin de autobuses y taxis recorriendo cada una de sus arterias. Hacía tiempo, mucho tiempo que no disfrutaba tanto de mi ciudad. Es preciosa, lleva de vida, diversa, alegra, rápida, tranquila...
Recordaba mientras caminaba por sus calles las historias que me susurraban. Volví a pasar por aquella calle solitaria donde robé los primeros besos a las turbulentas aguas del amor. Encontré aquellos bares concurridos dónde jugaba a ser mayor con un par de tacones y un poco de rimel precipitadamente puesto. También me paré frente a esas acogedoras cafeterías dónde pasaba las tardes recortándole horas al deseo y enamorándome en cada caricia tímida y furtiva. Recordé las miles de anécdotas que mi ciudad me ha regalado, las innumerables risas en sus escondidos parques al calor de la marihuana, el tabaco y la cerveza, las prisas corriendo calle arriba o calle abajo donde cada reloj que salía a mi paso parecía insultarme con la mirada, las nuevas experiencias vividas y por vivir que me ofrece, porque no es una ciudad dormida, aquí nunca nada es igual...
Recuerdo ahora la primera vez que viniste a Murcia e intenté enseñarte mi maravillosa ciudad y todo quedó sepultado bajo las sábanas del deseo.Magnífica ciudad, me hubiera gustado mostrarte. A la vez histórica, a la vez cosmopolita, capaz de ofrecer la tiendecita más pequeña y antigua que puedas imaginar y ofrecer también largos monstruosos centros comerciales o tiendas de chinos que a veces nos salvan la vida.
Pero hoy, hoy Sabina, al pasear por mi ciudad me acordé de ti. Cuál fue mi sorpresa, frustración y rabia al encontrar que uno de mis cafés favoritos en el que había amado y sufrido, reído y llorado, bailado, follado y ganado cervezas a cambio de miradas había desaparecido. Y en lugar de mi bar había una sucursal, esta vez no era del Hispanoamericano, peor una sucursal de un tal Deutsche Bank imposible de pronunciar. Ganas me dieron de vengar su memoria a pedradas contra los cristales, pero en lugar de eso decidí escribir, recordar las cosas que tanto me gustan y rezarle a cualquier Dios para que no se esfumen tal que el humo de un cigarro, como este emblemático sitio para mi.
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