martes, 15 de enero de 2019

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No hay nada como un par de tanques de cerveza para hacer a la mente despertar. Quizá aquello que servía a los 20 ya no sirve. Siempre te dije, y tú jamás creíste, que no quería que me salvaras, que no necesito que me rescates. La idea que a los veintipocos se tiene de lo que es el abismo, en mi caso, no eran más que cuatro ideas morbosas de revolución y piquetes, de guerras civiles que no existen y de principios sostenidos por la economía familiar. Pero la vida pasa y los infiernos sobrevienen, infiernos tangibles que duelen en el pecho. Que se sienten y no se idealizan. Infiernos en los que no apetece estar. 
Siempre supe, Conductor Suicida, que te vería alejarte por las autovías de la soledad, en algún momento, en cualquier momento. 
Nunca quise a mi lado a alguien capaz de solucionar mis problemas, solo busqué, busco y buscaré a alguien con quién brindar en el fondo del hoyo.
Ahora que el dolor no es solo figurado, ahora que el dolor o el miedo son algo con lo que me acuesto, ahora es cuando necesito que odies lo que yo odio. Siempre dijimos que nos podían separar muchas cosas pero que siempre nos unirían nuestros odios. Ahora necesito que mires el mundo desde mi corazón que no late si a alguno de mis hermanos les perturba el más mínimo soplido de aire. Ahora quiero que veas el dolor que me provoca ser la mayor y no poder prender fuego a lo que sea que lastime el alma (¡cómo si tal cosa existiera!) de mi hermana. Solo trata, ahora, de acostarte un día en esta piel que me arde por no derrotar los demonios que atormentan a mi hermana. 
Y después, si puedes, saca este puño que me oprime el pecho y trata de ocupar tu mente en otra cosa. 
Hazlo y después explícame cómo. 

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