Segundo intento.
Tantos meses desde la última vez que me senté ante esta
pantalla de pensamientos que no se confiesan, que se comparten solo a medias.
Nunca se me dio bien escribir sin contar historias. Cuando
todo le pasa a un personaje es más fácil que las palabras se deslicen desde el
bolígrafo al papel en blanco.
Tú lo sabes, Hombre del Traje Gris, que leíste historias de
ficticios personajes que acabaron por ser ciertos.
Ahora tengo pensamientos que no se cuentan e historias que
no terminan, proyectos que son mentira, y tenemos, Bendito Maldito, el sexo y
el rock y la droga. ¿Cómo sino?
¿De qué va esta historia? Te preguntas, imagino yo. Esta
historia va de decisiones, de personas, de sentimientos y ausencias. ¿De qué va
la vida, sino de esto?
Siempre desconfié de los sentimientos rápidos, de las
explosiones de amor como volcanes furiosos y ensordecedores.
Me siento cómoda, Conductor Suicida, con las montañas que se
escalan, paso a paso, con la lentitud de quien sabe que una mala decisión nos
arrojaría al abismo. Así construí algo mucho más sólido que la lava que te
arrastra, te quema y te deja con un amor hecho cenizas, un sentimiento intenso
pero pasajero, construí un fuego perpetuo rodeado por un muro sólido de piedra.
No fue una explosión, pero es un lugar seguro.
Tú, Bendito Maldito, que derramaste tu amor como una maldita
explosión de lava por toda mi mente, ¿dónde estás ahora? Tú que tomabas
decisiones rápido, tú que decías que el verano podía ser eterno, tú que querías
que el verano fuera eterno, ¿qué queda de ese fuego? ¿Dónde está esa llama de
invierno? Tú, Bendito Maldito, que me hiciste empezar a subir una montaña.
Me gusta cuando descubro a las personas, me gusta determinar
dónde empiezan sus personajes y acaba la persona que decían ser. No es la
primera ver que alguien intenta jugar a mi juego, donde mis normas aleatorias,
injustas y absurdas, acaban por expulsar a los jugadores.
No es la primera vez que creo descubrir una montaña digna de
subir pero que se desvanece como arenilla al cabo de un rato.
Tú, Conductor Suicida, que te niegas a levantar tu mano.
Gracias por no desvelar tu farol.
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