sábado, 4 de junio de 2011

dejó en herencia un verso de Neruda

¿Cómo explicártelo? 
Era muy tarde, demasiado alcohol, demasiado tabaco, demasiado. Volvía a casa con desánimo, cansada de las terribles pesadillas en mi mente. No quería dormir, cualquier cosa menos dormir. Quizá ese fuera el motivo de tanto "demasiado", mi cama era como una cama de hospital. Blanca, con un olor raro a desesperación a sufrimiento. Nunca me gustó el olor de la cama del hospital. 
¿Qué puedo hacer?
Un paso tras otro. Era inminente. Cada vez más cerca del umbral, debía entrar. Sin mirar atrás. La realidad me esperaba a tan solo unos centímetros. La puerta me aislaba de aquello que me atormentaba por las noches. Los días... los días podían solventarse, pero las noches eran imposibles de aguantar. Había tomado una decisión, debía hacerme cargo, al fin y al cabo ya era hora de enfrentarse a los demonios. Demonios, nunca me gustó ese nombre.
¿Qué quiero hacer?
Hace frío. Quizá sea invierno, perdí la noción del tiempo hace demasiado tiempo. Siempre demasiado. Escapar. Era mi mejor alternativa. No quería seguir escuchándo la estridente voz de mis pesadillas. ¿Me estaría volviendo loca? Quizá. Pero de algún modo u otro, las cosas estaban claras en mi mente. Viajar, viajar era lo único que me apetecía. Suena mi móvil, la estúpida música me asusta. Todo cae al suelo. Mi bolso, abierto como de costumbre vacía todo su contenido en el suelo. 
¿Soluciones?
Y así me encuentro. Sola, ebria, helada hasta los huesos y con todas mis pertenencias tiradas por el suelo. Me siento en el suelo y rompo a llorar. Lloro tanto que me duele. Recojo el espejo que tengo cerca y me miro. Deberías ver mi cara, el rimel descompuesto, los labios con un tono rojizo diluido por el tiempo que hace que lo llevo, el pelo horriblemente puesto y unas terribles marcas surcando mi cuerpo. ¡Qué asco! En ese momento, sintiéndome profundamente desgraciada me pongo a recoger mis cosas intentando conservar la poca dignidad que creo que me queda.
¿Sonrío?
Poco a poco, consigo calmarme. Me enciendo un cigarrillo y lo veo. Lo tomo entre mis manos y lo observo detenidamente. ¿Cuánto tiempo debe de llevar ahí? Quizá siempre estuvo ahí, pero yo lo había olvidado. Lo abro y empiezo a leerlo, hoja tras hoja, palabra tras palabra. Las horas pasan rápidamente, el frío parece remitir, leo toda la noche. Enciendo un cigarrillo tras otro. Empieza a amanecer. Ya voy, Fátima- dijo él.
Sonrio.
Por fin esa sensación de vacío recorre mi cuerpo. Quiero hacerlo. Las preguntas se esfumaron de mi mente. Sólo quedaban afirmaciones y determinación. Ahora era mi momento. No me preguntaría. Lo haría. Tan solo dejaría espacio para una duda. 
¿Con quién?

No hay comentarios:

Publicar un comentario