martes, 19 de junio de 2012
4.
Llovía. Nadie lo sabía pero a ella le encantaba la lluvía. No quería reconocerlo, quizá porque cuando llovía sentía una sensación tan íntima que a veces la hacía estremecerse. Era algo muy especial, la lluvia. Ahora se encontraba sentada en su terraza, pensando y mojándose, sin hacer ruido. Ruido, hacía ya tiempo que el ruido le molestaba. Era incapaz de aguantar el ruido de la gente, sus estridentes voces, e incluso el ruido de sus risas se le hacía casi insoportable. Quizá por eso buscaba el confort de los espacios pequeños, el calor de poca gente y la conversación armoniosa y pausada de los pequeños grupos. A ella le gustaba la voz de estar en la cama, esa voz tranquila y casi silenciosa, sin prisa. Llueve más fuerte, ella piensa que debería entrar pero se siente agusto ahí fuera. Puede pensar. Se pregunta quién más se estará mojando esta noche. Se pregunta también si compartirá alguna vez la lluvia. Quizá la lluvia sea su forma de permanecer en equilibrio, no siempre perfecto, con su oscuridad y su luz. Extraños visitantes, piensa. Está bien, se dice. Todo parece estar bien, pero a veces calla, porque tiene miedo y entonces busca el ruido y la gente y la risa y tiene prisa y espera que algo suceda. No obstante, nada sucede y eso la intriga, y se acuesta a su espalda y respira en silencio y ya no espera que algo suceda, porque está sucediendo y piensa que ese es un buen sitio para vivirlo.
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